Abstract:
The issuance of five commemorative Memín Pinguín stamps by the Mexican government led to numerous declarations by Bush administration officials and others in the United States regarding the racism and inappropriateness of their content. These wholesale condemnations of Memín Pinguín, however, were made on the basis of a rejection of the images on the stamps rather than on any knowledge of this Mexican comic. These accusations of racism may also stem from rightful perceptions about President Vicente Fox’s own racism and from a desire to displace U.S. racism onto another society.
En Londres, el 7 de julio de 2005, el presidente Vicente Fox (México) da su dictamen:
“Estamos ahora colocando en los timbres, en las estampillas a Memín Pinguín. Se trata de un personaje muy querido, muy amado, pero desafortunadamente Estados Unidos ha criticado que nosotros lo hayamos colocado en las estampillas. Nosotros nos sentimos muy orgullosos de Memín Pinguín”.
Ver para descreer. En su infatigable tarea de policía moral del planeta, el gobierno norteamericano desembarca con todo y bandera y conjunto escultórico en las playas de la minucia y descubre un Ku–Klux–Klan filatélico, la emisión de cinco estampillas del Servicio Postal Mexicano, en homenaje al personaje del cómic Memín Pinguín (sin diéresis, porque es un pingo, un diablillo). Luego de una nota denunciatoria de AP, habla Scott McClellan, el vocero de la Casa Blanca:
“Aunque éste (la emisión de timbres con la caricatura de un negrito) sea un asunto interno de México... los estereotipos raciales siempre son ofensivos sin importar su origen. El gobierno mexicano debe tomar ésto en cuenta. Imágenes como ésta no tienen lugar en el mundo actual”.
En una sesión informativa del Grupo de los Ocho, Steve Hadley, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca hace su show antidiscriminatorio: “Nuestra posición es que no hay lugar para este tipo de cosas. Es enteramente inapropiado, y lo hemos dejado claro” (30 de junio de 2005). Desde su atalaya en The Washington Post, Darry Fears, reportero especializado en temas raciales, dicta sentencia:
“[La crítica a los timbres postales] no expresa la ignorancia cultural de los estadounidenses. Más bien refleja la ignorancia de los mexicanos sobre los afroestadounidenses en Estados Unidos y el desdén que en México tienen por los afroamericanos. ¿Acaso le han preguntado a ellos qué sienten al ver la estampilla? Seguramente están muy ofendidos” (Proceso, 3 de julio de 2005).
Ninguno de los críticos de los timbres ha leído el cómic, (algo indispensable en su razonamiento). Leer —lo saben los ultraconservadores— es prejuiciarse y los adeptos al juicio instantáneo no tienen por qué hacerlo.
En 1947 aparece el cómic Memín Pinguín con el título de “Almas de niño”. Su autor por un largo tiempo es Alberto Cabrera, y se publica en Pepín, Diario de novelas gráficas, revista que a lo largo de dos décadas le proporciona a los recién alfabetizados un material “irresistible” (llega a editar cien o doscientos mil ejemplares al día). Pepín diversifica la fantasía entonces detenida en cuentos de hadas y relatos de apariciones, y con lenguaje pretencioso sumerge a la niñez de cualquier edad (privilegio del cómic) en el territorio del melodrama. “Almas de niño” tiene dos estímulos directos: el primero, Corazón: Diario de un niño, del italiano Edmundo d’Amicis, el relato clásico de la infancia del siglo XIX como entrecruce de las desgracias y los deberes bien cumplidos; el segundo, la serie norteamericana de cortometrajes Our Gang (La Pandilla), relatos de la infancia feliz de un grupo que desafía la distancia de clases y razas, con todo y distribución de roles: el niño rico, el niño gordo, el negrito (se exige el diminutivo).
Posteriormente, Yolanda Vargas Dulché, guionista exitosa del Pepín (autora de melodramas como Ladronzuela) se encarga de la serie con todo y el descubrimiento festejadísimo: la niñez es una hazaña de goces y sufrimientos. (Catarsis a la salida de clases). Carlangas, Memín, Ernestillo y Ricardo son los protagonistas del cómic que elimina la tragedia a favor del melodrama; para que los niños se sientan a salvo de la mala suerte. Se termina Pepín y aparece aislado Memín Pinguín, con dibujos de buena calidad a cargo de Sixto Valencia, y si Memín es el héroe por sus travesuras y su habla “tropical”, la heroína es su madre. Eufrosina, la Chulapona, la MaLinda, cuya imagen deriva de Aunt Jemima, la reina de los hotcakes. Y la figura de Memín, más que derivar de Ebony—el amigo del héroe del prodigioso cómic El Spirit, de Will Eisner, quizás el más brillante del siglo XX—viene de los estereotipos del music hall y el cine mudo. Memín es un extra de Amos’n Andy, afectado de populismo y dandismo.
Our Gang es una serie mediocrísima de claves humorísticas hoy ya incomprensibles; Memín Pinguín es en lo básico un melodrama “como del cine mexicano”, anclado desde su inicio en la observación de la pobreza o la riqueza que destruyen las familias y obligan a las madres solteras a lavar a diario montones de ropa para darle educación a sus hijos. Así, por ejemplo, en el episodio del domingo 31 de octubre de 1954, Carlos va a casa de su padre, que recién lo ha reconocido como hijo mientras no quiere saber nada de la madre, la joven que él mancilló. El texto es inevitable:
Carlos bajó en silencio las escaleras en compañía de su padre. Se había despedido porque comenzaba a sentir un extraño nudo de lágrimas en su garganta. Y es que comparaba la vida de miseria que llevaba al lado de su madrecita, a la cual se le negaban aquellos lazos.
El padre intenta sobornarlo para que Carlos viva a su lado. La respuesta honra a la tradición del placer de sufrir: “No puedo prometerle nada, porque... ni siquiera lo pensaré, señor. Jamás me separaré de mi madre”. Así es, llora como huérfano lo que no quisiste aprovechar como bastardo. Ya en la etapa de Vargas Dulché, Memín Pinguín se sustenta en el humor (dudoso) y en el melodrama (avasallador), a sabiendas de que el chantaje sentimental ahoga la risa. La familia es una entidad “biodegradable”, algo que subrayan los diálogos tristes o lamentables. De allí la importancia de la madre de Memín, una criatura del trópico que le reza a la Virgen en algo cercano al cubañol, y sufre tanto que merecía como el premio un torrente de lágrimas.
En Our Gang el racismo se transparenta en el trato de excepción del negrito, y ésto no sucede en el cómic mexicano, donde Memín es un dato estrictamente pintoresco. No es el inferior; es el diferente, sin más.
El racismo, entre otras características, es el cúmulo de acciones discriminatorias que el prejuicio justifica y exige, y es la operación que se esmera al elegir los sujetos ridiculizables. Pero lo risible del personaje y de su etnia o sector es un adorno de su inferioridad, y ésto no pasa con Memín Pinguín. Así el dibujo subraye la prominencia de los labios (“el negro bembón”), la mirada no es racista. El tema central del cómic no es la epidermis “quemada” sino la clase social. Memín es objeto de burla pero no de exclusión, y los chistes son los previsibles. ¿De dónde vienen, entonces, las acusaciones de “racista”?
Entre las explicaciones posibles, están las siguientes:
— la ignorancia de los acusadores respecto al cómic Memín Pinguín. No se juzga un producto específico de las industrias culturales sino a sellos postales y al hacerlo los censores desprecian la carga de afecto y aprecio de generaciones de lectores, habitantes de la tierra frágil del melodrama, solidarios con Memín por su manejo de los sentimientos del buen hijo.
— la impresión generalizada y justa del racismo del presidente Fox, capaz de afirmar en defensa de los migrantes que a los mexicanos se les destinan “trabajos que ni siquiera los negros aceptan”.
— la gana de transferir el racismo propio a la sociedad ajena.
Los lectores mexicanos de hace sesenta años o del año pasado no habrían tolerado un cómic abiertamente racista. Los cómics en México han sido profusamente machistas pero no antinegros, en un país donde por negro se entiende al de epidermis morena. El racismo profundo se dirige contra los indígenas, que, de acuerdo al “criollismo”, son el conjunto de seres anteriores a la civilización, incapaces de hablar-castilla-como-Dios-manda, y adaptables al estereotipo de Calzonzín, la creación satírica de Rius en Los Supermachos.
Memín Pinguín jamás fue, ni de lejos, un gran cómic, pero el gobierno de George Bush no se perdió la oportunidad de regañar a un gobernante enteramente a su servicio.
Carlos Monsiváis is one of Mexico's leading cultural critics. He has written extensively about Mexican history, culture and politics. Monsiváis's main publications are collections of literary chronicles which include Días de guardar (1970), Amor perdido (1977), Escenas de pudor y liviandad (1981), Entrada libre (1987), and Los rituales del caos (1995). Additionally, he has edited books on art and poetry, and written biographies of Mexican artists and writers, including Amado Nervo, Salvador Novo, and Jorge Cuesta. His many awards include Mexico's National Journalism Award (1977), the Anagrama International Literature Prize for Aires de familia: Cultura y sociedad en América Latina (2000) and the Guadalajara International Book Fair Award (formerly the Juan Rulfo Award) for Literature (2006).
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