En el norte de México, existe una etnia que se resiste a morir pese al empuje de occidente.Se les conoce como Rarámuris, y de acuerdo a su cosmovisión encuentran un estrecho sentido entre sus danzas y el orden del mundo, así para ellos resulta de suma importancia celebrar.Ya que en su cotidianidad hay pocos motivos para hacerlo, disfrutan al máximo los momentos que han catalogado como exclusivos para este fin.Uno de ellos es la semana santa, y celebrarla para ellos es hacerlo de una forma activa; de esta manera sienten que en sus manos está el poder de influenciar en lo cotidiano, extender mediante estas manifestaciones una plegaria para que todo siga funcionando y con suerte mejore.De esta manera la invitación se abre para todos aquellos que deseen acampanarlos para celebrar, al mismo tiempo participando con las intenciones positivas que cada uno de nosotros pone en el acto de performancear, y celebrando el hecho de seguir en la acción.
Considero que las acciones performativas son propias del género humano, que cada grupo ha encontrado mediante estas acciones la posibilidad de acercamiento con su entorno, de obtener favores de el, de rendirle tributo mediante el ritual. Así las posibles proto-acciones performativas ahora instauradas en el orden de lo artístico, de lo estético, se referían a algo más amplio, significativo y de mayor repercusión e importancia para todos los que lo vivían. Estar en una manifestación de estas magnitudes marcaba a los seis participantes; los hacia revivir y sentir que en ellos se encuentra la posibilidad de cambio. Esta liga entre las acciones y el por qué, para qué y para quién, creo que ha venido desvaneciéndose o transformándose. Lo importante es que ahora en pleno siglo veintiuno contestar a esto parece tomar sentido.
El encuentro Performancear o morir fue producto de un año de investigación y colaboración intercultural. Desde mi perspectiva como organizador del evento y como vínculo entre los Rarámuris y los demas artistas de performance que decidieron venir al encuentro, la motivación fue construir un puente entre diferentes cosmovisiones. Para los artistas, algo fundamental es el respeto por las tradiciones y costumbres del pueblo Rarámuri, ya que la consigna principal es la de no interferir sino más bien de acompañarlos y aprender. Participamos con los Rarámuris en momentos importantes como la ceremonia de pintura corporal de los pascoleros (danzantes que cierran la celebración de semana santa); bebimos tesguino (bebida tradicional de fermento de maíz); platicamos y presenciamos la danza al calor de la fogata. Las acciones estaban destinadas para un espacio-tiempo que no interfiriera con el tiempo Rarámuri, de manera que se decidió que se realizaran al terminar de su ciclo festivo y en otro lugar.
Para los performances se propuso a los participantes una metodología de realizar una acción introspectiva (donde no se encuentra el juicio del espectador, donde no hay el ojo de la cámara registrante, donde la acción se recicla al interior y extiende un diálogo con el espacio; implicaba realizarla en soledad), y una acción reflexiva (que los participantes realicen las misma acción que realizaron en soledad ahora con el público y motivando el registro de la acción en el mismo paraje). Dentro de las acciones estuvieron presentes objetos simbólicos, austeros, simples pero cargados de potencialidad signica. Se presentó un performance grupal por etapas, y considero que en él se mezcló lo visceral, intelectual, sentimientos, emociones— todo esto para despertar los sentidos de los presentes, motivarlos a la acción viva, y desparasitar al cuerpo con la posibilidad de estremecerse.
Para finalizar, considero que la frase “Performancear o morir” no es solo un slogan, sino la invitación para hacer un acto auto-reflexivo e ir hacia aquello que tal vez nos llevó por primera vez a estar dentro del mundo del performance—lo que hay detrás de todo esto desde el punto de vista personal y volitivo, que nos motiva a seguir realizando acciones. Tal vez por algunos momentos sea benéfico para el performance quitarlo de todo embalsamiento artístico, desnudarlo, y desnudarnos todos aquellos que realicemos performance, con la intención de saber qué nos motivó en primera instancia a realizarlo. Tal vez algunos encontraremos que no fueron los festivales, ni los congresos, ni el título de performance artist; tal vez al igual que nuestros antecesores nos sentíamos con el poder de influenciar en alguien, cambiar algo. Es decir que nuestras representaciones no se quedaran en el orden del juicio estético, producto de un arrebatamiento por la verdad de lo que implica ser arte, sino que tuvieran como centro ser productoras de un cambio en el cosmos, teniendo la confianza en que el performance (el arte) puede salir del ambito meramente estético para convertirse en un catalizador de la vida cotidiana tal como lo hacen y piensan los Ráramuris, al danzar y saber que por medio de esta acción estan asegurado el orden universal.
Gustavo Álvarez Lugo, born in Mexico City, 1973, defines himself as a Visual Performance Anthropologist. He studied at the National School of Anthropology and History in Mexico City and now resides in the city of Chihuahua in northern Mexico. Starting in 2000 he has been involved in “action-art,” mainly in urban areas, and has since participated in festivals like “Performagia” (“Performagic”), the national performance festival in Mexico, “Festival Xcentrico” (Mexico City), and the International Performance Congress (Valparaíso, Chile). He was also an artist-in-residence in the contemporary art center Tou Scene (Stavanger, Norway). After working and researching in mental hospitals, he wrote “Performance as a Therapeutic Tool for Psychiatric Patients” and the intercultural performance work from his time spent with the Rarámuri group culminated in the “Performancear o morir” (Perform or Die) conference. In addition to his research, he has created and taught performance courses to diverse groups including patients with blindness, AIDS, and mental disabilities as well as to indigenous groups.
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